Rosario, Víctor y Mercedes se graduaron hace dos años de secundaria y a pesar de su larga búsqueda de trabajo siguen desempleados. Ellos creían que si terminaban el bachillerato podrían seguir adelante, pero ahora hacen parte del grueso de desempleo del América Latina, que según las estimaciones modeladas de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) alcanza los 10 millones de jóvenes entre los 15 y 24 años que se encuentran desempleados en el 2017.

Santiago y Carolina de la misma edad de Rosario, Víctor y Mercedes, decidieron dejar el colegio antes de graduarse y hacer parte del 50% de jóvenes (del total de jovenes matriculados) que según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) abandonan las escuelas. Y que más tarde, entran a formar parte de las personas desempleadas que no cuentan con un título de bachillerato.

Todos hablan de lo difícil que es conseguir trabajo, y lo es. Pero, ¿están los estudiantes aprendiendo lo que realmente necesitan aprender para afrontar el mundo real?

El mundo cambia aceleradamente, la tecnología, la política, la manera en la que nos relacionamos con los demás, la economía, las dinámicas de la sociedad, todo cambia pero, ¿está cambiando la educación que reciben los niños y los jóvenes?. En pocas palabras no. El modelo educativo actual es obsoleto, se quedó enseñando a niños del pasado, que se sentaban en filas ordenadas oyendo a un profesor todo el día, que estudiaban para pasar las pruebas y siguiendo instrucciones.

Las pruebas del Programa de Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) de la OCDE, que mide los conocimiento, habilidades y aplicabilidad de esos conocimientos en situaciones reales; colocan a la región en el ranking más bajo, en promedio, los estudiantes están 2,5 años de escolaridad rezagados con respecto a resto de alumnos promedio de la OCDE.

En promedio, la mitad de los estudiantes de América Latina y el Caribe no logran un nivel básico de aprendizaje en ciencias, no cuentan con un nivel básico de lectura y un porcentaje aún mayor no tiene conocimientos básicos en matemáticas. “Si se incluyen todos los jóvenes de 15 años, 2 de cada 3 no lograrían las competencias básicas” (BID, 2016).

A esta situación, hay que añadirle que alrededor del 50% de los estudiantes desertan de las escuelas, y una gran parte de ellos lo hace porque considera que la educación no es relevante para sus vidas.

Con un nivel educativo como el que tenemos en América Latina y el Caribe ¿cómo creemos que los estudiantes van a salir a enfrentar el mundo?

La paradoja es cómo darle forma a la oportunidad que ofrece el contenido abierto ofrecido en la web (en caso de tener acceso a ella) y a la libertad de enseñar y aprender, que actualmente no ejercen a plenitud estudiantes ni profesores.

El sistema educativo tiene el poder escaso de tener la atención de millones de estudiantes y profesores por un buen número de años. Para hacer memorable y significativa esa etapa, y conquistar el interés de los estudiantes de volver al sistema a lo largo de la vida es necesario volver más activa la experiencia de aprender.

Hay que sumar esfuerzos para actualizar los currículos introduciendo aprendizaje activo y basado en la resolución de proyectos reales. Los estudiantes deben tener la oportunidad de desarrollar actitudes, habilidades y conocimientos útiles, que les funcione para el futuro, que aprendan a aprender y trascender estudiar para la prueba.

El llamado a las universidades es a ser protagonistas del cambio y romper el círculo de qué es primero, el huevo o la gallina. Las universidades pueden dedicar equipos de investigación interdisciplinarios a hacer curaduría de contenidos basados en evidencia que le permitan al sistema educativo entender la importancia de diseñar con intencionalidad la conexión entre currículos de pre-escolar, primaria, bachillerato, formación técnica y vocacional, educación superior y formación en el lugar de trabajo. Las habilidades y el conocimiento son acumulables solo si están diseñados con pertinencia y si le permiten a cada individuo explorar su potencial para poner en contexto el conocimiento aprendido.

Un ejemplo para explorar, sería la incorporación temprana de los jóvenes en contextos de trabajo que impliquen nuevas relaciones sociales y experiencias prácticas.

La educación para la vida supone desarrollar habilidades blandas y socioemocionales, en alta demanda por el mundo laboral. Competencias sociales como el pensamiento crítico y racional, pero también el autocontrol y la empatía, permiten una mayor capacidad de trabajo en equipo.

“Es importante que la educación superior en México no solo conozca de las oportunidades para impulsar la educación de calidad en México o bien las necesidades del sector productivo, si no que se ponga en acción incorporando en el modelo educativo nuevas competencias en los jóvenes como lo son las socioemocionales.” (British Council, 2016)

El fortalecimiento de las competencias supone adaptarse y aprender desde ya habilidades digitales que incluyan la interacción con computadoras inteligentes, realidad aumentada, sistemas de administración datos e información en la nube, internet de las cosas, blockchain, entre otras tecnologías que predominarán en los contextos laborales del futuro.

Para no ir tan lejos, las instituciones educativas pueden empezar a integrar a sus currículos cosas tan simples pero tan útiles como hacer una consignación en un banco, explicar la trascendencia de votar en las elecciones, apoyar a su abuela a acceder a una cita médica en el sistema de salud o experimentar con la ruta de reciclaje de su barrio.

Si integramos conocimientos interdisciplinarios, que parecen alejados de la academia, pero que hacen la vida más práctica, los estudiantes estarían más motivados y tendríamos ciudadanos mejor preparados para la vida en comunidad.

Autores

  • Inés Escallón
  • Mateo Samper
  • Rosario B. Casas
  • Maria de los Angeles Murillo Flores

Con aportes de todos los participantes del curso. Ver más en Sobre este especial